viernes, 20 de enero de 2012

Carboneras,
piedras, igual al ebrio mensaje
de horas radiantes
de un día cada vez más extraño
y olvidado como un tembloroso
soldado que ora.



Aquél
como uno de los incalculables
puros, trae
a los nombres la arena
-tú escuchas



pues, ¿cómo, sino
animado
por el amarillo del tiempo, a un corazón
inminente, hermanas
más que turberas y rocas, de
nuestro olvido la siembra?
Semilla de Auschwitz
en los surcos vermiformes de la tierra;
un regadío de lágrimas
la germina, hacia el primer brote
remolineante de significado.



Con
la más tierna yema
sigue creciendo lo impensable
y en los nombres perdidos la flor
se abre hacia dentro.