jueves, 18 de abril de 2013

A un periodista


    Feriante de la objetividad para una clientela de paso, no es a ti a quien me entrego hoy, periodista, hiena, nostalgia del pensamiento.
    No son los hechos o el mundo los que se te han confiado en voluntad de luz, sino cierta noción gendarme de la que las palabras ingenuamente se posesionaron hasta sedimentar por un estado de mansa conciencia.
    Nada importa tu mascarada a los verdaderos sismos del cuerpo, a las cuerdas venosas que se agitan más acá de un hormiguear de datos, al misterio licuante entre todas las actitudes untadas de sentido.
    Nada importa, por lo que aún es tiempo de ahogar tus noticias y recomponer el hecho sobre la ilusión del registro y la mala broma de una naturaleza revelada.
    Pues la realidad, perfecto creyente, corre a abrirse en ninguna parte, y a medida que expone sus humores secretamente los pierde, lejos de adaptar sus principios a las histerias del hombre, a sus códigos de languidez calculada, a sus terrores.
    Es necesario volver a recordártelo para que de una buena vez depongas el derecho a la mentira: ningún acontecimiento emana por el norte de tu expresión, ningún rayo nos transporta, nada puede nacer ni arrojarse un nacer a través de ti, cronista del opio, que ni siquieras te atreves a extraviar el nombre.
    Es en el intervalo de alguna pérdida de las palabras, de algún destrabamiento de tu razón, que puede reconocerse el mimetismo empantanado de los años, esa historia de cotillón donde van a revolcarse gentes de cualquier origen, palafreneros y charlatanes de barrio, domésticos del vientre y carceleros de Estado.
    Ante tan tedioso cargamento de testimonios y de chismes, más te hubiese asistido ingresar al mundo por la eclosión inenarrable de los gestos y las voces, más nos hubiese valido, ahora que nuestros culos sentados se congregan alrededor de un forúnculo de circunstancia.
    El día, bajo la mordedura de la inmediatez, se pudre. Los cuerpos agonizan cristalizados entre las compresas secantes de un falso realismo. La materia ha olvidado el orgullo de su efracción, ya no arrecia hacia el fondo de su propio enigma, sino en esos laminados escritos presos de una espantosa sensatez. El mundo y las cosas, entretanto, amanecen rodados por ciertos signos exteriores que no son su radicación imposible, sino esa masa sofocante con que cualquier sentido impostor repta y desgarra al vacío. En el centro de esta flebitis aplicada, te perpetúas al compás, como el abanderado de una prestidigitación desde la cual se manifiesta cualquier cosa excepto un hombre o una mujer. No hay más tu voz, no hay más mi voz, sino la sanie de un santón de pacotilla en una verdad parida con la gramática.
    Pero, aún entre nuestros más ocultos capilares, no se han inhibido esas sulfataras de la idea cuyos gases tóxicos aprenden a desnaturalizar cualquier corriente bien infundida en el cerebro, cualquier religión hábilmente disimulada bajo el crimen de la lengua.
    Debes saber que un espasmódico jadeo perdido del rango de actualidad y del discurso de la transparencia ventea la vida más plena y confiablemente que cualquier primicia. El aliento, que no se forja alguna ilusión para vivir, jamás ha corrido a asilarse entre las rumias encolumnadas de un parásito de época.
    No deseamos ya, croniquero de luz, abandonar el ojo intelectual en el delirio, la multiplicidad de la agudeza, el ala de las vaticinaciones azarosas. No deseamos morir ya de mente societaria.
    Se nos vuelve imprescindible escalar de nuevo el mundo desde el fondo de un corazón insondable, como criaturas dándose a luz en un cuerpo sobrecogido de vértigo. El mundo habrá de recuperar sus cipreses y sus lagos, sus huellas y sus horizontes, que el pensamiento restringido del nosotros hubo obturado entre sus vínculos. Se oirá en la aventura la trituración de ese cielo macizo y pequeño abocado a la resonancia interesada de las cosas, se escuchará la ciencia indescriptible de la carne explotando de sus presiones cultivadas, se oirán como una armónica coronación de vocablos esas exhalaciones radiantes que toman por ahora la forma de un grito. No habrá trayecto nervioso que abdique de la electricidad del pensamiento universal, no concurrirán labios de discordancia entre las presencias y la sangre, no dejará de encomendarse la materia a un triunfo de relámpagos. La respiración, desalojada de la falsa pista del conocimiento, habrá de arrancar a las contingencias una iluminación nutricia de renovado siempre. El hombre no se segregará como un capullo, más bien venteará su polen entre los accidentes de las potencias diversas, mientras entreabre sus intersticios a las más insospechadas operaciones de las cosas y sus limbos. No fluirá sino la aventura de la forma que a cada instante se escoge a sí misma, venida como un tormento o como un deleite, como una elongación de cielos o como un árbol talado, sin que la idea de bien o mal pueda ensañarse hacia su lengua. En las claridades de una explosión absurda, la vida se reconquistará al Ego-dios, al Ego-sentido, al Ego-razón de las cosas, la vida derrumbará los cielos lógicos que pretenden introducir a estas cosas a la voluntad más cobarde de una respuesta. Las palabras concurrirán con el silencio de un mundo inapresable, se sustraerán como un caracol en su concha, las palabras habán localizado su borrador más íntimo, donde permanecen tachadas antes de entrar súbitamente en el pensamiento. Sentiremos todo nudo individual desatado por los animales inteligentes del delirio, todo cerebro en sus límites apremiantes saludado por diez mil bárbaros, todas las huellas del Gran Saber barridas por las manos que nos contentan. Será la hora de una lucidez integral, una lucidez que lleve los horizontes consigo, flameará el instante en que todas las esferas de mundo se liberen de sus criterios, en que todos los estadios del esclarecer abandonen el acarreo de su circunstancia espiritual, arribará ese instante en que el hecho preciso y el puro accidente se digan uno sin las preocupaciones por lo bien fundamentado.
    Entonces, querido cronista, los sucesos incubarán su alcoba, la idea vendrá y se alejará en zancadas, los desembocaderos del ser se abrirán en ninguna impronta, el día obrará y se exhalará sin lengua, y ya no asomarán curas de la credibilidad posados en el verbo.

martes, 16 de abril de 2013

Carta al Papa


    -Papa, momia, oficiante de los ritos inútiles desde una luz pulverizada, ni siquiera un síncope secreto te rescata por debajo de las creencias y los revestimientos de la sangre.
    Ahora que sólo eyaculas palabras para la fecundación de una muchedumbre estéril, sabemos que también es posible una barbarie metafísica, una que se encarniza en frotar el nombre de Dios mientras una bestialidad de padre y madre se solaza en los pasadizos de la Historia.
    Te hinchas y te babeas en las devociones del Espíritu, entre los rameos de su verga etérea, nos sumerges en los bubones y las llagas que cualquier cristo o piojo ideal materializa sobre las heridas de la carne.
    Oh, te escuchamos y te vemos, Papa rentado por cualquier culpa: tus oraciones triviales eructadas en latín chorrean sangre de los crímenes divinos, tu blancura puramente ornamental empina el primordio de la farsa humana.
    Tanto arrullas con tu fe, y tanto te empeñas en tu mueca piadosa para que no nos atrevamos a dudar. Llamas con una palabra repetida a aquello que debió sostener sin nombre a nuestra propia iniciación.
    -Papa, costra, vestigio de los olores y de las convulsiones del ser, los instintos sacrificados por mil diarreas evangélicas pagan al paraíso con nuestra tortura y a tu iglesia con los dones que agonizan.
    Quisiéramos descender por una vez hasta las rugosidades de tu hueso, encontrar entre sus grietas profundas a los primitivos filones sensuales, a los estremecimientos del caos nunca del todo coagulados, a los misterios y sus trances no enmohecidos aún bajo los intereses falaces de tu credo.
    El acuerdo purificante entre tu Dios y los hombres y la falsa virtud suministrada al paso como un narcótico eficaz han entorpecido desde siempre la fluidez anárquica de los acontecimientos, impidiendo los vectores mágicos de un misticismo que nunca quiso reprimirse por los humores y los precipitados de una imagen sagrada.
    Los pocos, los fuertes, los perdidos, aquellos a los que tú no dudarías en llamar réprobos o herejes, hemos sabido abominar de un pueblo aterrorizado para enfrentar la fragilidad y la muerte por fuera de los hospicios celestiales. Abismados en un viento sin mitos ni plegarias abortamos toda esa pesada estela de versículos y mandamientos usurpadores del ser, toda esa babosa idolatría bien flameada entre tus santísimos bufones, toda la aureola de ese absoluto sombrío que separa al hombre de las facultades cósmicas y a éstas de una fuerza desconocida y recompuesta de intemperie.
    Nosotros nos desparramamos en el cielo y en la tierra sin más dioses que los infinitos rostros de las cosas, de esas criaturas y esos objetos liberados por sus energías contrarias de cualquier estado de identificación ruinosa, nos hundimos en nuestro espesor carnal extraños a las voces de pecado o redención, entregamos nuestra voluntad y nuestro impulso a los inmensos desprendimientos, sin que ningún Poder moral haga pesar sus amenazas. Nosotros no queremos una vida después de la vida, Papa chupado por una esclerosis de eternidad.
    El mundo ondula, hierve, cruje o se sutiliza, el mundo no se apoltrona en una misa para reconocer a un Demiurgo y ofrendarle sus potencias. Pero tú y tus secuaces han secuestrado todo lo que aparece en el nombre de Dios, lo han infisionado de humanidad y han vuelto al infinito cósmico un asunto de atroz panfagia, una totalidad comida al paso por una concepción y un culto siniestros. Así que no dudamos en comunicarte: tu dios es tan ínfimo como nuestras cabezas, tu dios permanece encerrado en el miedo de los individuos, gime separado en un nombre y consumido bajo las adoraciones. Nosotros no cabemos en tu dios-quiste, en tu dios-función, en tu dios-frasco de preceptos. Nosotros no nos arrojamos al gran Violador en la carne bajo la promesa inmunda de una Salvación.
    -Oh Papa usura de la muerte. El mundo sigue rodando por la fuerza de lo inconcebible. El mundo libra su fe entre las suertes de lo incierto. Una palabra desolada que ha aprendido a danzar en el vacío nos exorciza de ti.