La voz, a la fuga del pesar
criba el sueño del creyente una vez, deslumbrado de palabras
y nos lo liba del cuerpo, por despiertas en la despedida
secreto a la imagen que suple el camino
hasta yacer en el mundo.
Llegue un corazón Llegue con el rojo que alientas
en honor del rocío. y el rojo que te pierde.
A él se dirige
entre líneas la noche, a él
que tal vez al umbral de la estrella saltarina
sople en la copa un sentimiento
y en el sentimiento una pajita.
Brindis
que ahora llama
y nos despide, -en torno a ti, donde susurramos:
en torno a ti resuena el lenguaje todavía se puede
comenzar para nada
todavía se vence de sombrío en
sombrío, todavía se arriesga
un todavía.
jueves, 6 de septiembre de 2012
jueves, 12 de julio de 2012
Hubiese querido escribir sobre el hombre
en lo más alto del hombre, con el molinillo de palabras de un espíritu
que luchase la ausencia de un libro vergonzoso,
que una vez sobre toda vez
supiese cantar el infinito desde sus sombras domésticas.
Hubiera querido alcanzarlo en la trémula soledad de sus multitudes
sin que ningún eco me devolviese
la palabra traicionada, antes de haber sentido que mi lengua
tenía el gusto a sal de lo irreparable.
Pero la tierra rasa es inmensa
bajo la mano del criminal educado
y ningún corazón se halla hoy en voluntad
de celebrar las bodas del día y la perfección.
No habla aquél que se promete aún una herencia
bajo el puñal helado de los acontecimientos, cuando la esperanza
debió conquistar sus ojos mustios
por el derecho de un milagro en la carne del hombre.
Ni el que arranca de su aliento el dolor y las pérdidas
mientras algún dios contraído en su verdad
lo arroja como una flor eterna junto a los estanques del cielo.
Sino uno que indefenso
no tuvo a bien resistir el veneno secretado en común
para que ya deshauciado pudiese comprender
cómo la savia negra de un árbol inmemorial
lo arrojaba entre sus frutos.
Las flechas del enigma abren las distancias del cielo, fecundan
las voces extranjeras junto a un cuento familiar
remontan la claridad sobre sí misma
hacia el asombro de las cosas.
O en el mundo retenido como una gran queja
dispensan la ilusión que una plegaria
compone entre los labios del verdugo y las voces
de sus dioses condolidos.
Y sin embargo
solarmente como una cruda naturaleza
otra devastación bajo la piel del más lúcido
anticipa el paisaje de una vida
en sus mesetas desoladas.
El viento entre las casas y el susurro de un niño
buscan a tientas el gran claro
donde el aliento pueda perderse y encontrarse a su antojo
con la sola confianza
floreciendo en la muerte.
La tierra dividida en gracias y tareas lejanas
ofrece sus frutos, enseña recodos de soledad
donde las criaturas ya no miden las estrellas
ni aseguran el tiempo.
Y aún, en el centro del mundo,
esta cabeza exacta habituada a sí misma
no tiene aliento sino para empujar
un sentido inconsolable
y retener los albos frutos de la soledad
en el hartazgo de los cuartos.
(Sobre la carne extenuada, que ya viste todas las cicatrices
de los ruegos y el amor
brota cada tanto una tibieza excesiva, que a todo penetra
y abraza sin distancia
haciendo del planeta un balón feliz).
(En el cuaderno de los pobres, donde la escritura
se borra de pronto con inalterable limpidez
asiste a veces un resplandor secreto
que une la necesidad a esos países extraños
donde el perdido se vuelve un rey
más poderoso que la opresión o la locura).
Aquel día, en una ciudad cualquiera,
acompañé a estos corazones desnudos
con la amistad fraternal de la respiración en la tierra
cuando el retrato borrado de un mendigo en mi alma
repuso el juego del hombre
como una brusca asfixia.
Hubiese intentado el calor imperecedero
que algunos resguardan poesía
entre mil paciencias olvidadas
para que la arena silbante y las olas felices
escapasen por una vez a las razones de lo humano.
Uno con su flauta y otro
con sus ojos abiertos
librarían francamente la fuerza
sin costumbre ni agitación, celebrándose cenizas
en cada latido generoso.
Si no fuese porque al fin
aquella luz a la que me prometo
es consumida por las palabras grandiosas
acerca de la luz
-y de la dócil plegaria a la arenga inmortal
se desangra el día.
Hermano mío:
la más alta torre se alza
sobre el reflejo humano de charcos y cadenas, sus prisioneros
desean para sí
que la mirada sea salva sobre las apariencias del mundo.
Y bajo un cielo lánguido, yo voy en compañía
de estos asesinos familiares
de quienes tempranamente conozco mi cuerpo
a lo largo de la niebla y el temblor de la noche.
en lo más alto del hombre, con el molinillo de palabras de un espíritu
que luchase la ausencia de un libro vergonzoso,
que una vez sobre toda vez
supiese cantar el infinito desde sus sombras domésticas.
Hubiera querido alcanzarlo en la trémula soledad de sus multitudes
sin que ningún eco me devolviese
la palabra traicionada, antes de haber sentido que mi lengua
tenía el gusto a sal de lo irreparable.
Pero la tierra rasa es inmensa
bajo la mano del criminal educado
y ningún corazón se halla hoy en voluntad
de celebrar las bodas del día y la perfección.
No habla aquél que se promete aún una herencia
bajo el puñal helado de los acontecimientos, cuando la esperanza
debió conquistar sus ojos mustios
por el derecho de un milagro en la carne del hombre.
Ni el que arranca de su aliento el dolor y las pérdidas
mientras algún dios contraído en su verdad
lo arroja como una flor eterna junto a los estanques del cielo.
Sino uno que indefenso
no tuvo a bien resistir el veneno secretado en común
para que ya deshauciado pudiese comprender
cómo la savia negra de un árbol inmemorial
lo arrojaba entre sus frutos.
Las flechas del enigma abren las distancias del cielo, fecundan
las voces extranjeras junto a un cuento familiar
remontan la claridad sobre sí misma
hacia el asombro de las cosas.
O en el mundo retenido como una gran queja
dispensan la ilusión que una plegaria
compone entre los labios del verdugo y las voces
de sus dioses condolidos.
Y sin embargo
solarmente como una cruda naturaleza
otra devastación bajo la piel del más lúcido
anticipa el paisaje de una vida
en sus mesetas desoladas.
El viento entre las casas y el susurro de un niño
buscan a tientas el gran claro
donde el aliento pueda perderse y encontrarse a su antojo
con la sola confianza
floreciendo en la muerte.
La tierra dividida en gracias y tareas lejanas
ofrece sus frutos, enseña recodos de soledad
donde las criaturas ya no miden las estrellas
ni aseguran el tiempo.
Y aún, en el centro del mundo,
esta cabeza exacta habituada a sí misma
no tiene aliento sino para empujar
un sentido inconsolable
y retener los albos frutos de la soledad
en el hartazgo de los cuartos.
(Sobre la carne extenuada, que ya viste todas las cicatrices
de los ruegos y el amor
brota cada tanto una tibieza excesiva, que a todo penetra
y abraza sin distancia
haciendo del planeta un balón feliz).
(En el cuaderno de los pobres, donde la escritura
se borra de pronto con inalterable limpidez
asiste a veces un resplandor secreto
que une la necesidad a esos países extraños
donde el perdido se vuelve un rey
más poderoso que la opresión o la locura).
Aquel día, en una ciudad cualquiera,
acompañé a estos corazones desnudos
con la amistad fraternal de la respiración en la tierra
cuando el retrato borrado de un mendigo en mi alma
repuso el juego del hombre
como una brusca asfixia.
Hubiese intentado el calor imperecedero
que algunos resguardan poesía
entre mil paciencias olvidadas
para que la arena silbante y las olas felices
escapasen por una vez a las razones de lo humano.
Uno con su flauta y otro
con sus ojos abiertos
librarían francamente la fuerza
sin costumbre ni agitación, celebrándose cenizas
en cada latido generoso.
Si no fuese porque al fin
aquella luz a la que me prometo
es consumida por las palabras grandiosas
acerca de la luz
-y de la dócil plegaria a la arenga inmortal
se desangra el día.
Hermano mío:
la más alta torre se alza
sobre el reflejo humano de charcos y cadenas, sus prisioneros
desean para sí
que la mirada sea salva sobre las apariencias del mundo.
Y bajo un cielo lánguido, yo voy en compañía
de estos asesinos familiares
de quienes tempranamente conozco mi cuerpo
a lo largo de la niebla y el temblor de la noche.
miércoles, 21 de marzo de 2012
No pertenecer a la tierra
ni a los hombres, ni al Dios que dice surgir
como un silencio de la joven inmensidad
y no velar ya
por los sedimentos de cualquier vida
rescatando, por el ojo o la palabra, las imágenes valederas
de lo que quiere comprenderse Algo
y en ese Algo perdurar.
Hacia el fondo, pero más aún
donde ni siquiera el fondo nos retiene
penetramos en la dulce visión
a la que ninguna figura conquista; no menos
que el animal o la hierba
que se expanden en los umbrales sin aspirar
a alguna completud, y que ausentes
se emprenden interminables.
Sobreviene el día
y lo que uno cree
o se dice que es, y al andar
bajo los reflejos del penoso destino
ya la tierra y los hombres nos han olvidado
y por toda estrella el silencio del Dios
colma lo afortunado.
En lo leñoso, de
dolorosa sílaba
escaló un sentimiento: no
blandió luz
sobre el sendero de ortigas
no supo de riego alguno
entre raíz y tiempo.
Comprendió mucho antes
cómo se demora el alba en la carrera de los nombres
cuando el silencio proscrito, desde clamor a discurso,
no enseña lo que sabe.
Con lúdica lámpara
en lo demasiado de su espera
alumbró aún
lo que se hace sitio entre la culpa:
una arteria desatada
un mar
donde nadan los acuerdos animales.
Con él nos dirigimos
hacia la más pequeña
aldea fronteriza
donde un versículo olvidado
descubre fe
por fuera de los hombres.
miércoles, 14 de marzo de 2012
Aquí, mi pequeña con lo no-sucedido
nos volvimos a yacer como única Tierra.
Este
país cegado que compartimos
imaginó en su estambre
la ciencia del sabio, la luz que la primera hoz del deseo
de los justos, hasta segó la corola y dejó
huérfana la brisa.
Un grito
que a otro grito tomó como guía
nos condujo por el crimen arrojamos sangre
de dos bocas -nos en la palabra, nos supimos por
lo humano.
En el temblor se renuevan los rostros
a sabiendas
de que las pacíficas historias hablan
apenas para el hombre de languidez calculada;
igual a la copa
que al vibrar se rompe
ellos se descomponen entre todas las apariencias
y superados por el acto
dejan pasar tan sólo
la extrañeza que adviene.
Comprendemos en el descuento,
libres de la vulgar profundidad,
cuánto son nuestros rostros los rostros del acontecimiento
enseñándose en él
y en él dispersándose
para volver a formarse en el soplo de su liberación.
De cuántos mundos, y estrellas,
y visiones disponemos, ahora
que la escala adecuada es sensiblemente
el desplante de los rasgos
y el desastre divino que de pronto
se cumple enteramente.
Y el manantial, y la piedra
y la lombriz y el fruto
no hablan ya a aquél
que cree mirar en ellos
sino a los ojos y a los oídos que en el trastorno
no se retienen por una interioridad
y a la boca sencilla
que saltando entre los nombres
sólo participa el don del asombro.
a sabiendas
de que las pacíficas historias hablan
apenas para el hombre de languidez calculada;
igual a la copa
que al vibrar se rompe
ellos se descomponen entre todas las apariencias
y superados por el acto
dejan pasar tan sólo
la extrañeza que adviene.
Comprendemos en el descuento,
libres de la vulgar profundidad,
cuánto son nuestros rostros los rostros del acontecimiento
enseñándose en él
y en él dispersándose
para volver a formarse en el soplo de su liberación.
De cuántos mundos, y estrellas,
y visiones disponemos, ahora
que la escala adecuada es sensiblemente
el desplante de los rasgos
y el desastre divino que de pronto
se cumple enteramente.
Y el manantial, y la piedra
y la lombriz y el fruto
no hablan ya a aquél
que cree mirar en ellos
sino a los ojos y a los oídos que en el trastorno
no se retienen por una interioridad
y a la boca sencilla
que saltando entre los nombres
sólo participa el don del asombro.
lunes, 12 de marzo de 2012
Nunca la palabra turbará estas sombras
que convidan mundo a espaldas del dios;
sustento y peligro, elevados con asombro como genuina hermandad,
se atreven a derramar de los nombres
las fieles correspondencias; vosotros,
dueños y ancianos de las cosas,
os evadís del canto.
De nuevo, en los más fulgentes versos
flameamos el corazón;
pero él, en soledad, se descompone
como una lombriz sobre la tierra, indefenso
ante la tanta luz; oh, lo desasido
de toda ley y del supremo Nombre
canta en nuestros cuerpos la felicidad de no ser.
Devueltos a lo desconocido
ni la infancia ni el porvenir disminuyen
y sin por qué
inspiran los actos una real amistad.
Manan en las cosas
la vida y la muerte virginales
mientras sabiamente desocultan los signos
la intensísima ilusión.
que convidan mundo a espaldas del dios;
sustento y peligro, elevados con asombro como genuina hermandad,
se atreven a derramar de los nombres
las fieles correspondencias; vosotros,
dueños y ancianos de las cosas,
os evadís del canto.
De nuevo, en los más fulgentes versos
flameamos el corazón;
pero él, en soledad, se descompone
como una lombriz sobre la tierra, indefenso
ante la tanta luz; oh, lo desasido
de toda ley y del supremo Nombre
canta en nuestros cuerpos la felicidad de no ser.
Devueltos a lo desconocido
ni la infancia ni el porvenir disminuyen
y sin por qué
inspiran los actos una real amistad.
Manan en las cosas
la vida y la muerte virginales
mientras sabiamente desocultan los signos
la intensísima ilusión.
Rastros. por la vena que un aliento talló
Hacia el musgo, audibles, al florecer.
Con los largos paraísos duda, donde la fe
de la luz. Donde la herida
se expande al rozar
contra una tumba.
Rastros, candores, de una nada van a ampollarse los días.
a otra nada
Bajo el arco del ave Bajo la chimenea del cometa
-todavía más -todavía más.
Cosidos por tan sordas esperanzas
entre nosotros y los muertos.
Hacia el musgo, audibles, al florecer.
Con los largos paraísos duda, donde la fe
de la luz. Donde la herida
se expande al rozar
contra una tumba.
Rastros, candores, de una nada van a ampollarse los días.
a otra nada
Bajo el arco del ave Bajo la chimenea del cometa
-todavía más -todavía más.
Cosidos por tan sordas esperanzas
entre nosotros y los muertos.
jueves, 2 de febrero de 2012
Todos con
quisieron partir la más alta figura
en lo que encarniza por la luz donde virtud y pena modulan
la fe.
Se
enlazan los míseros en la ronda del hombre.
Se riman un crimen
con palabra contraria.
Tú estás afuera cuando tu voz
desaparece
y despejas mundo
ante el coro creído.
Aquí
yace un niño otro niño
al que no conozco las repite en un susurro
abrazado a la tiniebla donde gimen ahogado por la boca donde otra boca
las verdades. Aquí cavó antes.
-Todos
regresan a parir
sobre el lecho de sentencias que atenaza
realidad, una
noche del tiempo,
con lo propio y lo vacío
separados al nacer.
quisieron partir la más alta figura
en lo que encarniza por la luz donde virtud y pena modulan
la fe.
Se
enlazan los míseros en la ronda del hombre.
Se riman un crimen
con palabra contraria.
Tú estás afuera cuando tu voz
desaparece
y despejas mundo
ante el coro creído.
Aquí
yace un niño otro niño
al que no conozco las repite en un susurro
abrazado a la tiniebla donde gimen ahogado por la boca donde otra boca
las verdades. Aquí cavó antes.
-Todos
regresan a parir
sobre el lecho de sentencias que atenaza
realidad, una
noche del tiempo,
con lo propio y lo vacío
separados al nacer.
viernes, 20 de enero de 2012
Carboneras,
piedras, igual al ebrio mensaje
de horas radiantes
de un día cada vez más extraño
y olvidado como un tembloroso
soldado que ora.
Aquél
como uno de los incalculables
puros, trae
a los nombres la arena
-tú escuchas
pues, ¿cómo, sino
animado
por el amarillo del tiempo, a un corazón
inminente, hermanas
más que turberas y rocas, de
nuestro olvido la siembra?
piedras, igual al ebrio mensaje
de horas radiantes
de un día cada vez más extraño
y olvidado como un tembloroso
soldado que ora.
Aquél
como uno de los incalculables
puros, trae
a los nombres la arena
-tú escuchas
pues, ¿cómo, sino
animado
por el amarillo del tiempo, a un corazón
inminente, hermanas
más que turberas y rocas, de
nuestro olvido la siembra?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)