Sin culpa nos alejamos
de los dioses que fueron la más alta razón
y de las razones que ondearon como hímnicos dioses
desplegándonos, y acortándonos
igual a sombras fugaces
movidas por los cambios de luz y los cuerpos imprevistos
que cruzan con inocencia la tierra y sus fulgores.
Nadie:
poema del mundo. En ti
aventajamos a los asilos
que hurtaban nuestra amistad con la inclemencia.
Y no derramamos
pánico o nostalgia
por los mensajes eternos que la fe
hacía columpiar con veneración y altura.
A través del quejido
y en la segada cosecha, mientras en una oración oímos pudrirse
al pan y al vino de la vida justa
y el signo de una serena orfandad
nos inicia completamente.
Pero al fin
cantemos
con los caminos rendidos en meandros
y el viaje del fulgor salvado en la acechanza,
cantemos al compás del accidente
y de los abruptos silencios celestiales
mientras más tenaz la sangre invita
a su oscuro desposar, perdidos
de los gloriosos porvenires
a través del crujir de las fragilísimas palabras, nosotros
los arrebatados en la tierra sensitiva
por un rayo fugaz,
cantemos.
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