Del
campanear de gritos
cruje una fidelidad la lengua
divina, las
salvas purulentas de un
señar -¿hacia
cuánto repartidas? fecundan
con nosotros la enésima vocal
que ha
de ganarse callando
arborosamente,
piedramente, lombrizmente, del lado de
la nube: como
si hubiera, por haber
nadie, todavía hermanos.
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