miércoles, 2 de noviembre de 2011

La flor láctea enrejada entre quejidos
aún acampa el ver para nosotros;
en el abrir, donada de nuevo,
conoce la brisa en la cabeza del dolido, de
cualquiera espera
una mano para ser cortada.





A través de una pizca de color
enciende la tierra su anhelo, guarece en luz
la canción ancestral, el que al fin
riegue la flor en el corazón de la muerte
expandirá el polen
sobre un porvenir.





Ya sólo juegan los ideales
con libros y números
o salvan los recuerdos primeros
para alzar una bandera junto a la tumba del niño;
pero en sombría interioridad
crecen aún los pétalos ignorados
que la carne solitaria hermana de la flor
serena de intemperie.





Estrella y nada se besaron un instante
y profundamente claro
se volvió el silencio;
los coronados por la herida
alzaron palabras como flores, supieron del aire
una canción de bienvenida, mi pequeña
en corolas
nos alumbró lo inmenso,
una vez para nadie,
savia y levedad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario