jueves, 17 de noviembre de 2011

A una lápida, tallada
entre el cristo y la fiebre, a una
lápida de dos ruegos
para un solo de ausencia, a
cuanto perfume
de sus flores en la brisa moviente
redobla el alba la canción
que espera por nadie en la claridad del mundo.




A este adiós
no más que el calor
o que el calor de los cantos fantasmas
cuando el duelo del sentido iguala a la luz
y la luz es sin forma completa, a
este nunca que palpamos sobre las voluntades
en el dominio de un juego
que no busca su dominio.




A aquél bajo sus crímenes, a
éste con sus concesiones, a los mil involuntarios
del fraude o los sacrificios
para que todo origen
sea fuera de las intenciones, todo fin en
el descuento de los logros
cuando el hombre, ya fecundo, se honra a sí
en los sagrados olvidos.




El viento sereno penetra
a la serena morada,
la palabra por la que nos despedimos le da
la bienvenida en la puerta,
éramos nosotros
cuando nada éramos para los mundos reales
una tenue brisa de transparencia profunda
que hablaba en los claros
para lo puro y ausente.

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