jueves, 3 de noviembre de 2011

A través del mundo interpretado
marchamos a tientas con la inalcanzable promesa.
Durante el penoso viaje
nos ocultamos recíprocamente el destino
y sólo en el apacible abandono, que conoce de la vida y de la muerte
un sostenido silencio
aprendemos la ventura de la planta o el animal
puramente salvos sin lo salvado.





No podemos abrazar el mundo
que se ha hecho mensaje
ni sumirnos largamente en la contemplación
hasta aliviarnos luz. Bajo el Tiempo
permanecemos momificados en un pretexto para ser
y cuando la naturaleza nos hermana a su ausencia
gime aún nuestro consolador recuerdo.





Pasará el ángel y pasarán los soles
y nada oirá el nostálgico sollozo
de quienes se amaron en un nombre y una obra;
con lo que se acalla persiste el canto del misterio
y en su eternidad fugitiva
encantan su rostro los perdidos.





Pero a los míseros, que arañan las espaldas de Dios
aquello que los vuelve libres los hace temer
y cuando la ausencia amorosamente los despierta
se acurrucan aún en el Libro que desgarra su fin.





Fecundo se torna el acto
prometiéndose a nada
y su adiós gravita con orgullo sereno,
cuando a él entramos, como en un juego de niños,
todo felizmente se alza y se derrumba
y en el día sencillo lo no ganado
nos abraza a la fuente.



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